jueves, 17 de febrero de 2011

Atropellado

El 23 de agosto de 2010, víspera de mi cumpleaños, y hallándome solo en Berlin, decidí salir a tomar unas copas. Como no tenía con quien celebrarlo, pensé beber lo suficiente como para desdoblarme y poder brindar conmigo mismo a las 00.00.

Salí de casa sobre las 22.00 y me dirigí a un bar que, a pesar de haber conocido tiempos más animados, sigue teniendo un ambiente donde me siento cómodo. Buena música y una decoración recargada y bastante kitsch, junto con la amabilidad del personal, logran el efecto. Actualmente se llama Yesterday. Está situado en Schönhauser Allee.

Llegué y lo encontré, como siempre en esos días, bastante vacío. Empecé a beber una cerveza tras otra mientras el camarero, aburrido, sorbía chupitos de Jack Daniels.

A las doce menos cinco, viendo que no lograba mi propósito de desdoblarme, pedí otra cerveza y dos chupitos, uno de Glenfedich (delicioso whisky de malta) y uno de Jack Daniels (digamos que no es de mi agrado). El camarero me miró un poco extrañado pero no preguntó nada.

A las doce en punto le pedí que cogiera el de Jack D., dijera felicidades y se lo bebiera mientras yo hacía lo propio con el otro.

Me preguntó qué celebraba. Le dije que mi cumpleaños. Resultó que él cumplía mi misma edad tan solo dos días después. Aquello se convirtió en un flujo interminable de cerveza y whisky por cuenta de la casa mientras hablábamos de cosas banales.

Llegó un momento en que ya solo me sentía capaz de pagar mi cuenta y, con suerte, llegar a casa. Conseguí lo primero y encaminé mis pasos, siguiendo un compás compuesto de 7 x 6, hacía mi destino.

Berlin es una ciudad bastante segura, así que normalmente elijo el camino más recto posible para ir de un sitio a otro. Esta vez no iba precisamente en linea recta, pero el piloto automático me guiaba con relativa exactitud.

Entonces sucedió; Fui atropellado. Ocurrió así:

De repente oí unos gritos incomprensibles (mi alemán se limita a pedir cervezas, dar las gracias y poco más). Sonaban preocupántemente cerca, a mi espalda. Tuve el tiempo justo para girar la cabeza y ver cómo se me venía encima, a toda leche, y agitando descoordinádamente los brazos, una joven de unos ciento veinte kilos. Sin coche, ni nada. Solo pude sacar las manos de los bolsillos y protegerme no muy eficazmente del impacto. Me arrolló. A continuación vi cómo el suelo se acercaba velózmente hacia mi cara. Segundo impacto. Por suerte frené el golpe con la cabeza. La gorda me cayó encima y en un espasmo instintivo logré zafarme y recuperar mi cuasi-verticalidad. Ella (tal vez debería decir "ello") quedó en el suelo, boca arriba, como un enorme y kafkiano insecto, agitando sus miembros con desesperación (tenía al menos cuatro, entre brazos y piernas), y gritando cosas que no sonaban nada bien. Mi primer impulso fue echarle una mano y ayudarla a levantarse, pero el instinto salió al quite de nuevo sugiriéndome que me alejara de allí tan rápido como me permitieran mis miembros inferiores sí es que quería conservar los superiores.

Hice caso y me largué.

Por el camino a casa iba notando un bulto cada vez más enorme y no precisamente entre las piernas. En la frente. Lo tocaba y lo notaba crecer y humedecerse. Cuando llegué y me miré al espejo, lo vi. Grande y sangrante.

Bueno, pensé que había tenido suerte, después de todo. Si la muchacha no hubiera gritado en el último momento, avisándome, probablemente no habría superado el primer impacto y mi cabeza habría reventado contra el suelo, como un melón. Por otro lado, si hubiera gritado antes, dándome más tiempo a reaccionar, seguramente tal reacción habría consistido en una parálisis total (exceptuando mis diversos esfínteres), y me habría arrollado con igualmente trágicas consecuencias, pero con el añadido del vergonzante vaciamiento tripil.

Sentí pena por ella. Parecía enferma. Puede que hubiera escapado del sitio donde la cuidaban/vigilaban y estuviera desorientada y perdida. Pero no me la jugué. De todos modos cayó sobre mi y no creo que se rompiera nada.

Al despertar noté el dedo corazón de la mano derecha extrañamente doblado. No había manera de ponerlo en su sitio pero al menos no me dolía. Otro golpe de suerte: Si llega a ser en la otra mano, no habría podido tocar en los conciertos que tenía unos días más tarde y por los que me había desplazado hasta Berlin.

Al regresar a España, fui al médico y resulto que tenía rotos los ligamentos del último tramo del dedo en cuestión. Y estábamos a tiempo de arreglarlo. Tuve una férula casi dos meses y hoy parece haberse recuperado del todo.

Así empezó mi nuevo año. Con un golpe (más bien dos) de suerte.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Ya era hora

Por fin me he decidido a escribir en un blog todas las cosas que me han pasado últimamente. Llevo bastante tiempo dándole vueltas al asunto y he concluido que, como probablemente nadie lo lea, tampoco tengo que tomármelo demasiado en serio. Me contaré a mi mismo esos extraños acontecimientos que han modelado mi vida en los últimos meses. Incluso puede que opine sobre algún tema trascendente. También pienso soltar algún que otro demonio, a ver que pasa. Sí; de hecho voy a empezar soltando un demonio. Me encontré con él, cara a cara, en la arena de la playa de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria, el 1 del 1 del 11, a las 4.11 de la mañana y lo atrapé con mi móvil. Ya me ha traído un problema haciéndome soltar por la boca cosas que no quería decir. No sé si esa es su única habilidad. Lo llamo "Sueltalenguas". Y aunque aún no lo conozco bien, ya puedo decir que es bastante cabroncete.

Aquí está: